Vania, cuenta escenas de la vida en el campo, de un grupo de personas que no soportan más el tedio y el aburrimiento de hacer nada y que, por lo mismo, están al borde constantemente de matarse unas con otras. O a ellas mismas. Así, mientras ellos deciden buscar platillos voladores en el cielo, el mundo se cae a pedazos, y desarrollan, chiste tras chiste, una intriga que parece mínima, pero que sirve para descubrir el malestar profundo de cada personaje y en primer lugar del más bucólico de todos: el Tío Vania. Una comedia amarga que luce una de las virtudes más espléndidas de Chejov, la ironía dramática, el final agrio, ni feliz ni trágico, que esta versión de Leyla Selman intenta exaltar un poco más todavía, como si no fuese bastante.
“El lenguaje de la obra es muy simple y es muy reconocible, pero al mismo tiempo muy profundo. Eso lo logra sólo Chejov y la adaptación de Leyla. Tener la capacidad de ser muy simple en lo que se dice, pero muy profundo al mismo tiempo” — Rodrigo Pérez