Hasta el Reader’s Digest

Recuerdo una frase de los años 70, del mes de octubre de ese año, para ser más exacto. Dicha por un escritor muy conocido, cuyo nombre no estoy autorizado para divulgar, y en el contexto de esos días dramáticos, entre el triunfo electoral de Salvador Allende y antes de que asumiera el mando, adquiere un relieve inquietante. No creíamos en los crímenes del estalinismo, me decía ese personaje, que había sido militante comunista en su adolescencia y que había tomado una relativa distancia, y ahora resulta que hasta las denuncias del Reader’s Digest eran verdaderas. Nada parecía menos confiable para la izquierda que el Reader’s Digest, ninguna publicación estaba más desprestigiada en el mundillo intelectual de aquella época y, sin embargo, ya ven ustedes. Primero había sido el Reader’s, con sus denuncias aparentemente inverosímiles, y más tarde llegó Nikita Kruschev, llegaron tantos otros, y las confirmaron plenamente.

Me acuerdo de estas antiguas historias porque leo una espeluznante información absolutamente actual. Tiene que ver con el reciente campeonato mundial de fútbol, pero va, como observarán los astutos lectores, mucho más allá del fútbol. Va, incluso, más allá de lo verosímil. Después del campeonato, no sólo perdió el equipo de Corea del Norte, sino que Kim Jong-hun, su entrenador, perdió, además, su carrera, su libertad, y a punto estuvo de perder la vida. Fue juzgado en público en un escenario del Palacio de los Pueblos de Pyongyang por el delito de no haber conseguido clasificar a su equipo para la segunda fase. Los mismos jugadores que había preparado hacía muy poco, entre quienes tenía buenos amigos, participaron en el juicio y estuvieron obligados a humillarlo, con la sola excepción de dos de ellos que habían conseguido escapar a Japón. El entrenador fue sentenciado por “traicionar la confianza de Kim Jong-il”, el hijo del creador de la dinastía, y condenado a perder su condición de militante del partido único y a catorce horas diarias de trabajos forzados. Había alcanzado a ser héroe norcoreano durante pocos días por conseguir la clasificación de su país después de 44 años. Además, había sufrido una derrota muy honorable frente a Brasil: 2 a 1. Fue su probable desgracia. Las autoridades, entusiasmadas por ese resultado, resolvieron transmitir por televisión en directo el partido con Portugal. Si perdía por un gol con el Brasil, Corea del Norte podía hasta ganarle a Portugal y llegar a posiciones encumbradas. Pero el evento deportivo transmitido con tanto optimismo desembocó en un horrible 7 a cero. La transmisión fue cortada a tiempo, sin explicación alguna a los televidentes, pero Kim Jong-hun, con excepción de la vida, lo había perdido todo. Creo que Marcelo Bielsa debería tomar buena nota. Si los norcoreanos le hacen una suculenta oferta para que reemplace a Kim Jong, le sugiero que no la acepte.

Hoy, en el París de las revoluciones de mayo del 68, donde vi a un conjunto de guardias rojos haciendo ejercicios en un corredor del aeropuerto de Orly hace más de treinta años, y mostrándose el librito del Gran Timonel Mao entre gritos guturales, pienso en estas cosas con sentimientos muy mezclados y nada de inactuales. Se podía haber sido, por idealismo, por aspiraciones a la justicia social, por lo que fuera, un buen militante en los años sesenta. Pero si se ha seguido en la causa, no se puede mirar ahora para otro lado cuando se conocen estas aberraciones, estas crueldades y estos disparates, como si no tuvieran nada que ver con una militancia del siglo XXI. En Italia, en España, en Francia, las revisiones han sido desgarradoras, dramáticas. Algunos, por fidelidad, por asumir nuevas formas del idealismo pasado, siguen, pero nadie ha dejado de pasar por un proceso de autocrítica radical. ¿Se puede afirmar con perfecto aplomo, por ejemplo, en el día de hoy, con todo lo que ya sabemos, que Cuba es una democracia perfecta, que allá la libertad de expresión está impecablemente asegurada? Hay lugares, sectores, organizaciones del mundo de hoy, en los que el comunismo ha tratado de renovarse, y ese esfuerzo intelectual, hecho contra viento y marea, tiene un aspecto interesante, humano, respetable, y puede dar lugar a una línea fresca de pensamiento. Cuando son vivas, naturales, engendradas por la razón humana, las ideas siempre sirven: el debate es siempre estimulante, productor de síntesis y concepciones nuevas. No sirve de nada, en cambio, mirar para otro lado, hacerse los lesos, contemplar el drama que ocurre bajo nuestras propias narices y no decir una palabra, como si el tema no nos tocara. Es una actitud débil, frígida, profundamente cobarde, y no convence a nadie.

Un amigo del mundo del arte chileno me acusó en privado, en forma, a pesar de todo, amistosa, después de anunciar mi voto por la candidatura de centroderecha, de haber virado, llevado por mi anticomunismo, a posiciones de alianza con elementos pinochetistas y hasta nazis. Ahora bien, y lo digo con la máxima claridad: no he virado en nada, pero he evolucionado, naturalmente, como tienen que hacerlo las personas reflexivas, observadores, que no quieren aceptar la parálisis de la inteligencia, las interminables cárceles mentales de nuestra época. Temo mucho, por el contrario, que mi amigo, que adhirió a la izquierda militante desde nuestros años de la Escuela de Derecho y del Parque Forestal, desde los años de Jean-Paul Sartre, para decirlo de otro modo, se haya quedado un poco atrasado de noticias, anquilosado, contemplando sus ilusiones pasadas convertido en estatua de sal. Para construir ilusiones actuales, vigentes, posibles, modernas, no tenemos más remedio que revisarlo todo, en forma tajante, y renacer de todo eso como de las cenizas, sin enredarse en palabrejas, en tópicos. De lo contrario, nos ponemos a mirar para los lados, y a decir que el pobre Castro, si no fuera por la tontería de los norteamericanos, lo habría hecho tan bien, y que al desgraciado de Kim Jong-hun, si su delantero tal o cual hubiera pateado el balón en tal forma y no en otra, otro gallo le cantaría. Pero ocurre que hay un origen ideológico, un mal de fondo en todas estas cosas. El que no se atreve a sacarlo a la superficie está perdido. Lean ustedes otro desarrollo actual de un tema antiguo: el reciente proceso en Camboya a un esbirro estaliniano del período de Pol Pot. Llegarán a conclusiones parecidas —siempre discutibles, diversas, cambiantes—, o seguirán anclados en una nube.

Jorge Edwards