El jueves 11de Enero, Michelle Bachelet desayunó con nosotros. En el Cap Ducal, frente a la UDI.

Eramos 100. Todos del género masculino. Escritores, actores, cineastas, hombres de TV., científicos, empresarios, personalidades políticas y jurídicas. Individuos de las más diversas actividades. Llegó a las 10 A.M. e inició su cálido saludo con un beso en la mejilla que creímos sólo destinado a los que estábamos más cerca de ella.

La primera sorpresa. Se tomó todo el tiempo del mundo para besar a todos y a cada uno de los presentes. Cien besos. De verdad. Sin pose ni utilidad electoral. Yo soy actor y director teatral y puedo distinguir lo que es auténtico de lo que es fingido o artificial. Hablaron tres o cuatro de los cien que allí estábamos. Cada uno en su estilo, su tiempo y su particularidad. Pero en las palabras de todos subyacía la inconfundible sensación de estar frente a una experiencia nueva que quizá contenía una suerte de epifanía política. Una mujer, Presidente. Cálida, sensible, simpática. Hasta ahí sólo eso.

Después habló ella. No hizo un discurso; ubicó algunos temas, los trasformó en coloquio y dejó entrever una interesante posibilidad política que muchos no han sospechado. Cuando se refirió al problema de género, nos confidenció varias cosas: Primero que nunca había tomado desayuno con 100 hombres. Segundo que muchas veces cuando algunos querían disimular sus rasgos machistas, le decían… “pase no más mi reina”. Que ella estaba segura que si el candidato hubiera sido hombre no le habrían dicho “pase no más mi rey” y luego manifestó que estaba segura que todos los que estábamos allí, creíamos en las mujeres; a lo que alguien en voz baja replicó. Claro, mi reina”. Cuando ella lo escuchó, rió de buena ganas.-

Más tarde confesó que aunque los economistas siempre tenían razón, ella creía que había una cosa que tenía que decir y era que la economía con todos sus riesgos y resguardos de los macro problemas, debía ponerse al servicio de los micro problemas, es decir de la felicidad.-

Hacía mucho tiempo que no se escuchaba a un candidato hablar sobre la felicidad y de cómo el desarrollo que no conduce a la felicidad de los pueblos no pasa de ser una rasgadura a la luna. Se lo dijimos al final del desayuno y cuando lo escuchó volvió a sonreir con esa sonrisa que no debe perder nunca y que tanto fastidia a los pelmazos que quieren transformarla en hombre para que “de el ancho”.

Esa sonrisa que entrega la esperanza de una epifanía política. Un desayuno para recordar….

11 de Enero de 2006.-